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  • jueves, 31 de mayo de 2007

    LA ORDEN DE CALATRAVA


    Historia
    Su origen se debe a un gesto heroico. La ciudad de Calatrava, junto al río Guadiana, había sido arrebatada a los árabes por Alfonso VII en 1147. Dada la importancia estratégica del lugar como baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de ciertos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola a la Orden del Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares, ni era fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje islámico, el Temple dio la empresa por perdida, y devolvió la fortaleza al rey Sancho III. Ante la situación creada y el inminente peligro, éste reunió a sus notables y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y las bromas de los nobles, Don Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, asesorado por el monje Diego Velázquez, que había sido previamente guerrero, aceptó el reto. Al no ofrecerse más alternativas, el rey cumplió su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero. Ellos, por su parte, formaron en poco tiempo un ejército de más de 20.000 monjes-soldado, uniendo, a los que había conseguido organizar Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava, los que había reclutado Don Raimundo en el reino de Aragón. Ante tal multitud, los árabes declinaron entrar en batalla, retirándose hacia el sur.
    Con el compromiso de defender Calatrava, los que allí fueron acabaron fundando una Orden militar, la primera hispana, que adoptó el propio nombre del lugar.
    El primer Maestre de la Orden fue don García que obtuvo del Císter y del Pontificado la primera regla. Esta regla, modelada sobre las costumbres cistercienses para hermanos laicos, impuso sobre los caballeros, además de las obligaciones de los tres votos religiosos (obediencia, castidad y pobreza), las de guardar silencio en el dormitorio, refectorio (comedor) y oratorio; ayunar cuatro días a la semana, dormir con su armadura, y llevar, como única vestimenta, el hábito blanco cisterciense con la simple cruz negra (luego roja, a partir del siglo XIV) "flordelisada": una cruz griega con flores de lis en las puntas, que en el siglo XVI se configuró definitivamente como hoy se conoce.

    Iglesia del castillo de Calatrava la Nueva
    La Dehesa de Abenójar y su término fueron concedidos en 1.183 por Alfonso VIII a esta orden y hasta 1.814 que el término fue recuperado por el Infante Don Carlos, el pueblo pasó a llamarse Abenójar de Calatrava. Como constancia de este hecho, se puede apreciar la Cruz de Calatrava realizada en forja en uno de los tejados de la iglesia del pueblo.
    Desde su fundación hasta principios del siglo XIII sufrió una serie de altibajos. Tras la derrota cristiana sufrida por Alfonso VIII en la Batalla de Alarcos (1195), incluso, tuvo que evacuar sus posesiones y retirarse a Ciruelos Toledo. Tras un golpe de mano, varios caballeros de la Orden tomaron por sorpresa el castillo de Salvatierra, casi a las puertas de Sierra Morena; que mantuvieron en su poder, totalmente aislado de socorros, hasta 1211. Por ello, durante esos pocos años, la Orden adoptó en nombre de Orden de Salvatierra. La Orden alcanzó su afianzamiento definitivo tras la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando fijó su sede en la nueva y más segura fortaleza de Calatrava la Nueva (1218) (en el antiguo castillo de Dueñas, por frente del castillo de Salvatierra) que fue construida por prisioneros musulmanes en su mayor parte, y que ya nunca abandonaría. La antigua sede de Calatrava, origen de la Orden, junto al río Guadiana, pasó a convertirse en la sede de una Encomienda; pasando a ser conocida desde ese momento como Calatrava la Vieja.
    En poco tiempo, sus grandes recursos humanos y económicos dieron a la Orden un enorme poder político y militar, que duró hasta el final de la Reconquista. Disponía de tierras y castillos a lo largo de toda la frontera de Castilla, ejercitando un señorío feudal sobre miles de vasallos. Era capaz de aportar, a título individual, hasta 2000 caballeros al campo de batalla, una fuerza considerable en la Edad Media. Además, disfrutaba de autonomía, lo cual trajo consigo diversos enfrentamientos con los reyes, dado que la Orden no les obedecía a ellos, sino al Maestre. Sólo se reconocían superiores espirituales: el abad de Morimond (Francia), y en último término, el Papa.
    Fernando el Católico logró ser elegido Maestre de la Orden en 1477 por una bula papal, y a partir de él todos los reyes de España revalidaron el título.
    Bajo el mando de los sucesivos monarcas, y con la reconquista de la península finalizada, gradualmente fueron desapareciendo tanto el espíritu militar como el religioso. Con el tiempo, su única razón de existir eran la generación de ingresos procedentes de sus grandes dominios, y la conservación de sus reliquias.
    Confiscados los bienes de la Orden por disposición del usurpador José I en 1808, fueron restituidos en 1814 por Fernando VII, para acabar definitivamente secularizados en 1855 por Pascual Madoz, la Primera República Española suprimió la Orden que se restableció en 1875 con el Papado como encargado de regular su disciplina interna.
    Actualmente la orden es una institución honorífica.

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